La gente no le tiene miedo al cambio sino a que la cambien, es decir a las repercusiones que el cambio tendrá en ellos. La introducción del más mínimo cambio, aunque sea tan sólo el cambio de mobiliario en una habitación, afecta a las personas que, por naturaleza, siempre oponen resistencia. Suele hablarse de “resistencia al cambio” como una disposición a obstaculizar los procesos de aprendizaje vinculados a nuevos modos de pensar y hacer las cosas. Se considera la resistencia como cualquier conducta que intenta conservar el statu quo contra las presiones para alterarlo .
No entender la resistencia al cambio es posiblemente la más importante de todas las trampas existentes en un proceso de cambio; la falta de entendimiento de esto en el mejor de los casos lleva a la frustración y en el peor de los casos a comportamientos disfuncionales, esto es, a acciones en contra del cambio y de los iniciadores del cambio.
Se reconocen diversos tipos de demostraciones a la resistencia, formas abiertas e inmediatas tales como: quejas, amenazas, oposición frontal. Así como formas implícitas: pérdida de motivación, ausentismo, aumento en los errores o formas diferidas incluso años después del proceso de cambio.
Según los expertos, las causas que producen la resistencia al cambio pueden ser:
– Defensa de los intereses propios
– Falta de comprensión de lo que se propone
– Falta de confianza en quienes proponen el cambio o en uno mismo.
– Conservadurismo y escasa tolerancia hacia la incertidumbre.
– Compromiso con el status presente.
– Plazos y ritmos inadecuados.
El cambio inquieta. Cuando se produce, puede causar confusión, dudas, ira, angustia o desesperación; puede apoderarse de nosotros con tanta fuerza que llega a paralizarnos. Pero solo si se lo permitimos. Ese miedo al cambio, a afrontar riesgos, al ridículo o a que alguien desapruebe nuestros sueños y objetivos es el enemigo de la intención y la transformación. Pero hasta los enemigos tienen enemigos, y el enemigo del miedo es el coraje. No la ausencia de temor, sino el coraje de actuar a pesar del temor.
El miedo al cambio suele tener su origen en el miedo a perder lo que se tiene.Tendemos a mantener a pesar de lo negativo, y a olvidar u obviar lo de positvo que supone o puede suponer un cambio.
Debemos estar conscientes que siempre va a existir oposición al cambio, pues nos da temor lo nuevo, ya que nos sentimos seguros con lo que concocemos, es parte de la naturaleza humana, resistir al cambio. Por ello el cambio no debe verse como una amenaza sino como una oportunidad, un beneficio, algo positivo y que va a suponer una mejora a distintos niveles, personal, profesional, social, etc.
Según los expertos, los cambios son buenos si uno sabe adaptarse a ellos. El ser humano tiene una capacidad de adaptación extraordinaria y todo lo que vaya sucediendo de forma secuenciada nos permite adaptarnos. Si pensamos en las cosas que afrontamos todos los días, ya que a cada instante recibimos noticias y se producen cambios, y tomamos conciencia de cómo las vamos integrando en nuestra vida, ya no tendremos tanto miedo a lo que vaya a ocurrir en el futuro, porque nos sabemos capaces de afrontarlo.
Aquello que tenga que cambiar cambiará, entonces ¿para qué preocuparse por ello?. Llegado el momento, habrá que planificar estrategias y formas de actuar eficaces que nos permitan integrar el cambio.