No siempre comemos meramente para satisfacer nuestro apetito. A veces, las personas hacen de la comida algo que las hace sentir reconfortadas, las libera del estrés o lo ven como una especie de premio. No siempre tenemos control sobre las causas de nuestro estrés, pero sí podemos controlar lo que comemos y cómo lo comemos. Desafortunadamente, comer no soluciona los problemas emocionales, al contrario, puede llegar a hacerte sentir peor. No solo porque el problema inicial permanece, sino porque terminamos sintiéndonos culpables o comiendo de más.
Es importante ser conscientes que en la vida diaria, durante períodos positivos y negativos donde el estrés se apodera de nosotros, las personas pueden experimentar desórdenes del sueño y aún de alimentación. Sin embargo, lo que suele presentarse es un conjunto de comportamientos aislados que nos harían pensar que estamos sufriendo desórdenes de algún tipo. Es por ello que debemos aprender a identificar si la manera en que comemos tiene que ver nuestros problemas emocionales para poder deshacernos de ese hábito compulsivo, que podría ser el mismo hábito que se ha encargado de arruinar tus dietas en el pasado.
Primero que nada debes aprender a diferenciar entre la necesidad y las ganas de comer: la primera es una cuestión biológica para obtener la energía necesaria para que tu organismo funcione mientras que las “ganas de comer” son por placer sin realmente tener una necesidad fisiológica.
El hambre emocional o hambre por estrés se caracteriza por:
-Aparecer de repente, sin importar el tiempo transcurrido desde nuestra comida anterior.
-El deseo de ciertos alimentos específicos, no cualquier cosa.
-Hacernos sentir insatisfechos sin importar la cantidad de comida consumida.
-Si no comemos de inmediato, nos angustiamos.
El hambre por estrés, como también se le llama, se caracteriza por una rápida ingesta de los alimentos, a menudo son alimentos dulces y/o salados entre comidas que se comen sin tener el conocimiento de porqué se les come, las cantidades de los mismos dejan de importante y a pesar de ello la sensación de hambre persiste. Cuando estamos ocupados con la comida, dejamos de pensar en las cosas que nos angustian, deprimen o enojan, por lo que en esos momentos nos sentimos mejor.
Cuando se trata de comer para reducir el estrés, tu objetivo principal se divide en dos: impulsar las hormonas de la felicidad (la serotonina y la dopamina) y reducir las hormonas del estrés (cortisol y la adrenalina), algo que la pasa la factura al cuerpo con el paso del tiempo.
De acuerdo con un estudio realizado por la escuela de Medicina de Harvard, cuando estamos en una situación de estrés, el cerebro puede responder de dos formas: pelear o huir. Durante los primeros momentos en los que enfrentamos una situación que provoca angustia, el cuerpo libera adrenalina y el apetito disminuye.
Sin embargo, cuando no somos capaces de superar las dificultades, el estrés que se queda con nosotros activa la segregación de la hormona cortisol. El cortisol es responsable del aumento del apetito, por lo tanto, las personas que acumulan estrés pueden sentir antojos especialmente de comidas altas en azúcares y grasas.
Para evitar comer comida chatarra, es indispensable tener un bocadillo saludable a la mano. Si tienes frutas y verduras listas y disponibles te permitirás mimarte con algo dulce de buen sabor y con valor nutricional.
También se recomienda que incluyamos en nuestra dieta un tazón de avena, cereal integral, panes y pastas con un alto nivel de fibra, frijoles y lentejas, que están llenos de vitamina B que ayuda a mantener altos los niveles de energía. Villacorta también recomienda quínoa, camote o batata y fruta.
Los alimentos con altos niveles de ácidos grasos Omega 3 —como las nueces, almendras, linaza, piñones, atún y salmón— ayudan a controlar el aumento poco saludable de las hormonas del estrés. También protegen contra los trastornos del humor como la depresión y son importantes para la función cerebral.
Asegúrate de ingerir las vitaminas y minerales que tu cuerpo necesita. La falta de magnesio, potasio y calcio, le impide al cuerpo reducir el daño provocado por las hormonas generadas por el estrés. Además, estos minerales son relajantes y ayudan a mantener estable el ritmo cardiaco.
No existe una alimentación que acabe con el estrés, pero una buena alimentación nos mantiene sanos y fuertes. Para evitar que el estrés afecte tu salud y tu peso, puedes contrarrestar sus efectos con prácticas simples como hacer ejercicio, cuidar de tu alimentación y reducir al mínimo el consumo de bebidas alcohólicas.