Ya que éste es mi primer artículo en este blog, comenzaré con algo que me apasiona hacer: contando un cuento budista. Una de esas lecturas de reflexión que todos deberíamos hacer.
Dicen que un hombre fue a pedirle a un maestro que le acogiera como discípulo. El maestro le invitó a sentarse y le dijo que le explicara sus motivos mientras él le preparaba un té. El hombre comenzó a contarle todo lo que sabía sobre la filosofía, la religión, lo que esperaba, lo que quería…
Mientras, el maestro le sonreía con benevolencia sirviendo ya el té en la taza; poco a poco el té humeante y oloroso llegó al borde y comenzó a derramarse; pero el maestro no parecía percatarse de ello porque continuaba vertiendo el té mientras sonreía con beatitud. El hombre no pudo más y le hizo notar que el té derramado llegaba ya al borde de la mesa.
El maestro dejó de servir y le dijo: tú eres como esta taza. Vienes lleno de conocimientos, si no te vacías de ellos, ¿cómo pretendes que yo te llene con otros nuevos?
¿Era de Cambios?
Vivimos una era de cambios a nivel espiritual, un despertar de la conciencia en occidente que se traduce en un acercamiento a la filosofía oriental, especialmente al hinduismo, budismo y filosofía zen. Pero nos acercamos a ellas sin haber vaciado la taza por lo que, tarde o temprano, esas nuevas enseñanzas chocan con las que tenemos en nuestro interior. No es malo siempre y cuando esa confrontación sea positiva y constructiva, si nos hace replantearnos enseñanzas asumidas como incuestionables, tópicos repetidos hasta la saciedad que hemos aceptado como verdades irrefutables.
El problema radica en una cierta prepotencia que impregna el carácter occidental que nos hace creer que con leer cuatro frases de autoayuda llegaremos a la iluminación porque somos más listos que los hombres y mujeres que llevan toda una vida intentándolo. No es que no se pueda despertar en un instante sin haber meditado en la vida,claro que el despertar puede ser instantáneo, pero el 99% de las veces esa prepotencia ensucia las nuevas enseñanzas, las distorsiona y retuercen su sentido.
Es algo que se ve habitualmente en las redes sociales, frases de auto ayuda preciosas que nos cambian la vida durante diez minutos: son engullidas y defecadas con la misma rapidez con la que engullimos y defecamos los chistes gráficos y las noticias de catástrofes humanitarias: en el fondo no se encuentran ya dentro de la taza: se han derramado.
A cámara Rápida
Recuerdo una anécdota (anécdota, no cuento ni relato) que leí en el Selecciones Rider Digest hace años. Una mujer contaba que una amiga suya estaba constantemente estresada corriendo apresurada de un lado a otro. Un día la invitó a comer a su casa. y le dijo que, mientras ella preparaba la comida, se sentara a ver un vídeo de técnicas para relajarse que había comprado y que a ella le estaba ayudando mucho.
Al cabo de un rato la amiga estresada fue a la cocina donde estaba la otra cocinando.
-No están mal, pero no me acaban de parecer muy efectivas.
-Pero si no ha pasado ni media hora, ¿te ha dado tiempo a ver el vídeo entero?
-Bueno,lo he pasado a velocidad rápida.
Esta anécdota resume el modo en el que nos estamos acercando a la espiritualidad en occidente: leemos una frase de Cohelo (de Buda, Confucio u otro maestro que Cohelo ha repetido con sus propias palabras, quiero decir) y creemos que ya hemos alcanzado el Nirvana, cuando no es una cuestión de leerla sino de asimilarla realmente. Repetimos Namasté como un mantra aunque en el fondo Namasté sea nuestra último deseo hacia el otro, malinterpretamos las enseñanzas de los grandes porque hemos leído tres libros de auto ayuda que, por desgracia, las resumen como si fuera posible entender los ejercicios de chi-kung en un vídeo a cámara rápida. Y a su vez, nosotros las engullimos con la misma celeridad: todo queda en la superficie.
Luego se dan casos tan absurdos como pedir a tu amigo, el que tiene un grupo de crecimiento espiritual y apertura de conciencia en facebook que, por favor, difunda la foto de tu mascota desaparecida, esa a la que quieres como si fuera un hijo y que se ha perdido en el pueblo, y no lo hace porque entiéndelo, rompe un poco la armonía de fotomontajes con frases de Buda y Confucio invitando a la hermanación de los seres humanos y a la comprensión profunda de que somos uno con el océano porque somos las gotas que lo conforman. Eso sí, sin acritud, yo hago reiki a ver si aparece solo en la puerta de tu casa.
Namasté, hermano, Namasté.
Lo bueno, como dije al principio, es que por lo menos tenemos el deseo sincero de abrirnos a esta nueva era de cambio espiritual y de convertirnos en mejores personas de lo que somos. Será cuestión de vaciar primero la taza y después llenarla despacio, gota a gota, con calma.
Posdata: mi mascota no apareció jamás.