De la misma manera en que nuestras acciones u omisiones pueden causarle rápidamente a alguien algún inconveniente o incluso llegar a angustiarle, la mayoría de nosotros solemos ofrecer una disculpa rápida y sincera. Tanto porque la otra persona se lo merece como porque pedir perdón alivia la culpa que sentimos. Pero también es cierto que existen personas a las que les resulta difícil disculparse y suelen utilizar excusas y negación para eludir su responsabilidad. ¿Por qué?
Porque para las personas que no acostumbran a pedir perdón, pedir una simple disculpa conlleva consecuencias psicológicas que suponen mucho más que las simples palabras que están por expresar. Cuando te detienes a pensar en los sentimientos de otra persona, empieza a saberte mal tu comportamiento.
Y, si has hecho algo que sabías que estaba mal, es posible que hasta te avergüences de ello. Incluso aunque lo que ha ocurrido haya sido un accidente o lo hayas hecho sin querer, probablemente te seguirá sabiendo mal haber herido los sentimientos de otra persona.
Ya sea porque les provocan temores fundamentales (Consciente o inconscientemente) que tratan desesperadamente de evitar, tales como:
– Admitir que se han equivocado. Estas personas suelen relacionar sus malas acciones con la caracterización de un personaje “malo”. Si sienten que hicieron algo malo, se auto clasifican como “malas personas”, o personas negligentes que son egoístas e indiferentes, incluso, pueden llegar a considerarse a sí mismo estúpidos o ignorantes por el simple hecho de cometer este tipo de errores. Por lo tanto, el disculparse representa una amenaza hacia si sentido básico de identidad y autoestima.
– Sentirse avergonzados. Pedir disculpas hace que nos sintamos avergonzados, no obstante también suele ser la puerta que nos conduce a la salida de la culpa. Mientras que la culpa suele hacernos sentir mal por nuestras acciones, la vergüenza nos hace querer rehuir de esta confrontación con la otra persona.
– Temor a nuevas acusaciones o conflictos. Mientras que la mayoría de las personas consideran las disculpas como la oportunidad de resolver conflictos personales, quienes rehúyen a éstas las ven más bien como la oportunidad hacia nuevas acusaciones o conflictos. Considerar que una vez que admiten su mala conducta, la otra persona sin duda, utilizará esa oportunidad para señalar todos sus “delitos” anteriores por los que también les fue negada una disculpa.
– Temen que pedir disculpas implique asumir toda la responsabilidad. Por lo general, nadie quiere cargar con toda la culpa respecto a algún asunto, sin embargo, quienes no suelen pedir disculpas tras una discusión suelen olvidar que la responsabilidad es de ambas partes, aún si es solo una la que se equivoca.
– Intentan mantener el control de sus emociones. A veces las personas se siente más cómodas expresando ira, irritabilidad y distanciamiento emocionar porque la cercanía y la vulnerabilidad son consideradas como un peligro. Estas personas, suele sentir que bajan la guardia si se disculpan y que todas sus defensas psicológicas se desmoronarían si abriesen la puerta a la oportunidad de resultar heridos por las acusaciones y protestas en su contra.
Los beneficios del perdón (tanto los que protegen el cuerpo, como los que alivian y “limpian” el alma) no se aplican sólo a los demás sino también a uno mismo, cuando a pesar de nuestros errores y culpas somos capaces de perdonarnos y dejar de sentirnos merecedores de un castigo.
Pedir perdón cuando uno necesita hacerlo es lo correcto. Disculparse es una buena cosa. Pero, en sí, puede no bastar para que todo vuelva a ser como antes. A veces, junto con la disculpa, la persona necesita reparar el error o decir que intentará no volverlo a hacer nunca más.
Perdonar no es olvidar ni permanecer en el error. Por el contrario, es empezar de nuevo, con la experiencia adquirida, sin los rencores “sobrevolando” y confundiendo las posibilidades del presente. Al igual que el amor, el perdón no es algo que se “entrega” a los demás, sino un regalo vital para nosotros mismos.