A pesar de su presencia continuada en nuestras vidas, resulta muy difícil poder realizar una definición precisa de un fenómeno tan complejo como son las emociones. Algunos investigadores sostienen que el lenguaje facial es “para- lingüístico”, colaborando en la expresión verbal, dando énfasis a la conversación, y adquiriendo así un rol social.
Paul Ekman ha estudiado analíticamente la expresión facial, con descripciones objetivas, llegando a concluir que la información es proporcionada por las características estáticas de la cara, sus músculos, la estructura ósea, en forma común a todas las culturas del planeta.
Durante decenios, psicólogos y psicoterapeutas han estado convencidos de que, por lo común, los pacientes no pueden modificar su conducta hasta que cambian sus sentimientos. Al someterse a un tratamiento, el paciente descubría primero “por qué” se sentía así ( o sea, que sucesos habían contribuido a que fuera, por ejemplo, tímido o agresivo, o temeroso de amar). Luego, terapeuta y paciente trabajaban para cambiar esos sentimientos; estos una vez alterados, producían cambios en la conducta del paciente.
Con frecuencia, este tipo de terapia resulta esencial para tratar problemas psicológicos graves. Sin embargo, en quienes tienen problemas emocionales comunes, la conexión entre el cuerpo y las emociones pueden funcionar al revés: si nos comportamos en formas determinadas, podemos cambiar nuestros sentimientos.
El psicólogo Paul Ekman y dos de sus colegas de la Facultad de medicina de la universidad de California en San Francisco, realizaron un experimento con seis voluntarios, a los que pidieron hacer gestos faciales que reflejaran seis emociones específicas; sorpresa, disgusto, tristeza, enojo, miedo y felicidad. Fue sorprendente cuando los voluntarios aparentaban miedo, sus cuerpos reaccionaban como si efectivamente estuvieran atemorizados: la frecuencia cardiaca aumentaba y la temperatura de la piel descendía. Lo mismo sucedió en diversos grados, cuando fingieron las otras cinco emociones. Por ejemplo, su aparentaban enojo, la frecuencia cardiaca y la temperatura de la piel se elevaban; al fingir disgusto, el pulso y la temperatura disminuían.
Muchos aplicamos este principio sin darnos cuenta. “Sonríe” le pedimos a un niño cuando llora y el niño sin quererlo, sonríe; entonces se reanima.
La emoción y la motivación están íntimamente ligadas ya que proporcionan a todas las actividades, por un lado dirección y por otro intensidad. La emoción proporciona energía, por otro lado, dirige a un objetivo, facilitando el acercamiento o alejamiento al objetivo de la conducta motivada por las características de la emoción.
La función motivacional de la emoción es congruente con lo dicho anteriormente: 1. Agrado / desagrado 2. Intensidad de la reacción afectiva. La relación entre motivación y emoción no se limita al hecho de que en toda conducta motivada hay un componente emocional, una reacción emocional, sino que puede surgir en sentido inverso una emoción puede dar lugar a una conducta motivada, dirigiéndola hacia un objetivo y con una intensidad determinada. Se puede decir en definitiva, que toda conducta motivada produce una reacción emocional y a su vez, una emoción facilita la aparición de unas conductas motivadas y otras no.
Entonces ¿Cómo mejorar los sentimientos? El hombre mejora a base de realizar buenas acciones. Repitiéndolas se adquieren las cualidades. Si se desea fomentar un sentimiento, basta repetirlo.