La felicidad oculta en las pequeñas cosas

Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 2,3 millones de personas en nuestro país (un 5,9% de la población) padece trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés. Otras fuentes establecen que este afecta a 1 de cada 3 personas en Europa. ¿Por qué importa este dato? Porque hoy sabemos que uno de los mayores generadores de estrés de la sociedad actual es precisamente la sensación de falta de tiempo.

Es fácil decir que no nos queda ni un minuto libre al día, que las 24 horas del día no nos son suficientes.  Cuando me siento así, recuerdo el día que pasé con una amiga que trabaja dos veces por semana en un albergue de indigentes.  Tiene un marido muy ocupado y dos hijos a quienes cuidar, además de su propio empleo. Cuando estábamos trabajando en la cocina, le pregunté “¿ Cómo encuentras tiempo para hacer esto?”

A lo que me respondió: ¿Cómo podría no encontrarlo? La pregunta no es si lo hacemos; tenemos que hacerlo. Pero primer debemos reconocer lo mucho que se nos ha dado.

La vida es divina. Y no lo digo en un sentido cósmico; me refiero más bien, a las pequeñas cosas que la forman. Las manos de mi hijo entre las mías, mi esposo cuando llega por la  noche a casa, mi postre favorito, el libro que más me gusta… la vida está hecha de momentos. Pedacitos de plata entre largos trechos de grava.

Es una lástima que muchos de nosotros no podamos contribuir a nuestra comunidad o al mundo en general por estar tan ocupados. Durante años yo también creí que costaba mucho tiempo, dinero y esfuerzo hacer algo por los demás, pero todo cambió cuando puse en marcha mi plan de hacer una obra buena cada día.

El darse cuenta y no olvidar, que en la vida se constituye de momentos, nos entrega una libertad absoluta de elegir qué y cómo vivir, saber qua nada, a nuestro pesar o a nuestro favor, dura para siempre y que estamos en una constante dinámica, la cual podemos por fin disfrutar entregándonos felicidad.

Sería lindo que los momentos gratos llegasen a nosotros sin tener que llamarlos, pero dada nuestra ajetreada existencia, eso no ocurrirá. Debemos darnos tiempo para ello.

Así que lanzo un reto para todos: aprendamos a ser felices. Aprendamos a ver todo el bien que hay en el mundo y a devolverle aunque sea una parte.

Amemos las pequeñas cosas de la vida que a veces se nos pierden en el polvo de nuestros frenéticos días. Sin la íntima satisfacción que viene de ellas, nuestros logros no serán sino materia de un currículum.

 

Hacer por los demás es una obligación en nuestros quehaceres día a día.

Como seres humanos, como líderes, como personas, necesitamos de las personas que nos rodean porque somos por naturaleza seres sociales, seres que nos es vital convivir y generar beneficios.

Hacer algo o varias cosas por los demás nos reditúa a nosotros un sentimiento de humildad y de sentirnos útiles para los demás.