Los pensamientos son generalmente todos aquellos comportamientos que se generan mediante conversaciones tácitas, comentarios, imágenes o sonidos; son continuos y constantes, además de ocurrir siempre en una forma u otra a lo largo de nuestras vidas.
En ocasiones somos conscientes de nuestros pensamientos y a veces no nos percatamos de los mismos. Podemos controlarlos cuando así lo elegimos, pero no podemos deshacernos de los mismos. Cuando no estamos controlando nuestros pensamientos por nosotros mismos, son éstos los que nos están controlando.
Los pensamientos ejercen una profunda influencia en la manera en cómo nos sentimos y en las cosas que hacemos. Debido a que los pensamientos son un tipo de comportamiento (aunque podríamos decir que es una especie de conducta oculta o encubierta), los mismos pueden ser manipulados a través del uso de métodos que se derivan de las teorías del aprendizaje.
De acuerdo con el modelo cognitivo – conductual (un enfoque de la psicoterapia de gran prestigio que se deriva de la teoría del aprendizaje), los pensamientos son como una lente a través de la que examinamos y le damos sentido a nuestro mundo. Los eventos que ocurren a nuestro alrededor no tienen ningún significado inherente. En lugar de ello, se les asigna un significado a los acontecimientos que experimentamos a través de un proceso conocido como “evaluación”, que es una palabra menos dura para nombrar al juicio. En esencia, cuando algo sucede, lo primero que hacemos es pensar en esa cosa en concreto y después intentamos averiguar lo que significa esa cosa para nosotros y lo que representa para nuestras vidas, es decir, evaluamos si es buena o mala.
Los juicios que terminamos teniendo son pueden poseer propiedades gratificantes o de culpa dependiendo de que lo consideremos como algo bueno o malo, respectivamente.
Las cosas que se castigan o las que se premian son sobre todo, estados de ánimo. Solemos recompensarnos cuanto tenemos pensamientos positivos, puntos de vista más positivos, que mejoran nuestro estado de ánimo y por el contrario, los pensamientos negativos serán aquellos que tienden a hacernos sentir deprimidos o a causarnos ansiedad.
Aunque los acontecimientos en nuestra vida diaria no tienen un significado inherente, no existe algún consenso social compartido. Es decir, un grupo de persona puede pensar en un evento y llegar más o menos a un consenso sobre si ese evento es bueno o malo, pero jamás llegar a un acuerdo total. Por ejemplo, la mayoría de las personas considera que hacer largas filas en el banco o el supermercado es molesto, pero al final no es tan malo porque terminamos consiguiendo lo que necesitamos. Este tipo de consenso social es lo más cercano a lo que podemos llegar a conceptualizar como lo que un evento “debería” significar.
Por lo tanto, siempre y cuando tus apreciaciones sean más o menos similares a las del consenso social compartido (es decir, que veas las cosas más o menos como la mayoría de las personas a tu alrededor lo ven) podemos decir que tus evaluaciones son precisas y equilibradas. Por ejemplo, es probable que si te encuentras en una larga fila te resulte molesto pero es muy poco probable que vayas a gritar y hacer toda una rabieta al respecto. Si te decantas por la primer reacción a una situación de este tipo, podemos decir que tu reacción es proporcional a la magnitud del problema, pero si tiendes a actuar como la segunda opción, entonces tienden a sobre reaccionar.
No obstante, no todas las evaluaciones tienen que coincidir con el consenso social compartido. Algunas personas tienden a evaluar y realizar juicios de manera diferente. Estas dos maneras son conocidas popularmente como el optimismo y el pesimismo; los primeros intentan ver el mundo como un lugar más positivo de lo que realmente pudiera ser mientas que los segundos tienen la tendencia de ver las cosas de manera más negativa a que realmente pudieran ser.
Si alguna vez has escuchado el proverbio sobre “el vaso de agua medio lleno o medio vacío” te harás una mejor idea de lo opuestas que son estas maneras de ver el mundo y a causas de los mismos, la manera en que evaluamos los acontecimientos y desarrollamos nuestros pensamientos se vuelve algo crónico. Con el tiempo, el hábito de evaluación puede generar una disfunción que puede conllevar a ciertos estados de ánimo, problemas de autoestima y trastornos que afecten negativamente a la persona en todos los ámbitos de su vida.
En resumen, estos estados de ánimo y los trastornos que se desarrollan a causa de estas evaluaciones se pueden aliviar en parte o en su totalidad a través del uso de técnicas cognitivas diseñadas para ayudar a las personas a aprender nuevas y más precisas formas para la evaluación de los acontecimientos en su vida.