Los seres humanos somos animales, pero lidiamos con presiones ambientales totalmente diferentes a las de los animales salvajes. Muchos de nosotros pasamos largas horas en la oficina y luchamos día a día para cumplir con pagos, facturas y otros compromisos. La capacidad adaptativa es una característica de la evolución humana que se ha visto ensombrecida por la ansiedad y estrés que sufre la sociedad actual.
El libro de Robert Sapolsky “Por qué las cebras no tienen ulceras” es un apasionante tratado sobre el estrés crónico. Explica de manera detallada por que los atascos en el tráfico, ir a la oficina de correos o incluso sentarse a esperar que te atiendan simplemente no es “la naturaleza de la bestia”. El ser humano no evolucionó con el sistema fisiológico necesario para soportar estos factores de estrés artificial de manera saludable, es porque nosotros (en comparación a las cebras) sufrimos de enfermedades relacionadas con el estrés crónico.
Ese estrés es adaptativo, nos ayuda a tomar decisiones que resultan beneficiosas. La característica bioquímica del estrés agudo es la liberación de epinefrina (adrenalina) en las glándulas suprarrenales, situadas encima de los riñones. Pero si las experiencias cotidianas estresantes comienzan a agregarse a una de bola de nieve que crece y crece, la cual puede conducirnos al estrés crónico. Los altos niveles de adrenalina a largo plazo, junto con la liberación de la hormona del estrés (cortisol) pueden causar o exacerbar los graves problemas de salud como las cardiopatías, la obesidad y la supresión del sistema inmunológico. El estrés crónico también puede incrementar el riesgo de desarrollar depresión.
La ansiedad y el estrés crónico no son enfermedades mentales diagnosticables, pues son trastornos de ansiedad. Entonces, ¿cuál es la diferencia? Para mí, la línea que los diferencia es un poco difusa. Todo se reduce a lo que sucede en el cerebro.
El cerebro experimenta el estrés y la ansiedad en formas ligeramente diferentes, aunque sí comparten características similares. La ansiedad es más parecida al miedo. Un trastorno de ansiedad se diagnostica cuando el miedo es lo suficientemente grande como para interferir con nuestras actividades cotidianas y parece desarrollarse sin motivo.
El DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) o Manual de Diagnóstico y Estadísticas de los Trastornos Mentales es un compendio descriptivo y estadístico de los trastornos mentales más comunes de los casos clínico-psiquiátricos y reconoce: el trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico, trastorno de pánico con agorafobia, fobias, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), trastorno postraumático del estrés (PTSD), ansiedad de separación y la ansiedad infantil trastornos.
Los trastornos específicos, como el TOC y el trastorno de estrés postraumático, implican vías específicas y comportamientos que no se ve en otros estados. Por ejemplo, los individuos con TOC sufren de una mayor actividad en el núcleo caudado de los ganglios basales, una región involucrada en el aprendizaje y la memoria, así como el procesamiento emocional.
Con los constantes avances de la psiquiatría moderna, me pregunto si las líneas entre los términos «estrés», «miedo» y «ansiedad» seguirán siendo tan difusas. Se cree que el estrés agudo que no se controla puede llegar a convertirse en estrés crónico. El estrés crónico y la ansiedad según los diagnósticos lo padece un gran porcentaje de la población. Los trastornos de ansiedad son las enfermedades mentales más comunes en los Estados Unidos, afectando a alrededor del 18 por ciento de la población de los EE.UU. por año y a casi el 30 por ciento de los adultos estadounidenses durante toda su vida. Pero en un mundo donde el estrés es cotidiano y en un cuerpo que no está equipado para hacer frente a sus efectos acumulativos, esas cifras no me sorprenden. ¿Tú qué opinas?