La imagen que proyectamos de nosotros mismos influye en todo: desde conseguir un empleo hasta casarnos. Es muy probable que la gente juzgue tu desorden, ya sea que se trate de tu lugar de trabajo y tu casa. A la gente desordenada se le considera perezosa e indolente (lo que a menudo es cierto). Así que será mejor que ordenes ese sucio escritorio de una vez por todas.
A menudo uno se encuentro con personas descontentas con su organización. Casi todas dicen y se amparan en la frase “soy un desastre total” para no intentar, ni lo más mínimo, un pequeño cambio que suponga una gran mejora. Y ésa es la clave: no hay que volver a nacer para mejorar las cosas. Basta con realizar algunos pequeños cambios.
Ser “organizado” no tiene nada que ver con ser un maniático, un robot automatizado o verse sometido por rutinas aburridas. Consiste en aprovecharte de una serie de sencillísimos y prácticos hábitos que te hacen la vida y el trabajo mejor. Por ser organizado no hay medallas pero sí grandes premios: cada día eres más eficiente, te anticipas a los problemas, te vuelcas en las cosas importantes, no te rompes la cabeza con tonterías y haces más en menos tiempo.