La investigación neuro científica ha demostrado que cuando “ganamos”, cambia el equilibrio químico en el cerebro y estos productos químicos que se liberan sirven para ayudarle a ser más propensos a ganar otra vez. Ganar básicamente te ayuda a ganar nuevamente. Quizás esto lo has escuchado mencionar como el the winner effect o “efecto del ganador”.
Ganar una competencia inserta a un individuo en un circuito de recompensas positivas en el que le es posible navegar la cresta de su propia testosterona hacia una seguidilla de éxitos. Según los estudios, ganar te hace más proclive a ganar de nuevo. Si consigues resolver algo que se te resiste y que requiere cierto esfuerzo, vences, y esto te da más números para salir airoso ante nuevos retos que te plantee el futuro.
Algunos investigadores relacionan este comportamiento más competitivo y agresivo de los vencedores con un aumento en los niveles de testosterona, hormona implicada con este comportamiento, que los humanos también descargamos tras ciertas victorias: en un partido de tenis, al invertir en bolsa, al presentarnos a una oposición…
Ante estos retos, la testosterona se dispara y se mantiene, induciendo un estado de euforia que nos empuja a tomar riesgos. Nos encontramos entonces en una situación de retroalimentación positiva, en un círculo en el que la propia euforia retroalimenta el éxito futuro.
Cuanto más joven seas, o cuanto más cerca del inicio de tu carrera logres una victoria, serás más propenso a volver a tener éxito, ya que, inconscientemente, generas la idea de que eres un “ganador”, haciendo que el sentimiento emocional de ganar, interfiera con las reacciones químicas en el cerebro y el sistema nervioso.
Por el contrario, si no logras una victoria temprana, te será más difícil alcanzar una meta más tarde. Es de suma importancia que no te permitas adoptar el pensamiento de que has “perdido”. Si terminas en segundo lugar en un concurso o carrera, estuviste a punto de ganar, no de haber perdido. Si te permites sentir que has perdido, entonces la reacción química en tu cerebro será la opuesta al efecto deseado, siendo éste el llamado “efecto del perdedor” o losing effect.
Incluso si logras una victoria en otro momento, el “efecto del ganador” no será tan potente como si hubieras obtenido esa victoria previa que tanto anhelabas. El refuerzo químico positivo en tu cerebro tiene que duplicar su impacto para contrarrestar el efecto experimentado previamente, al no lograr esa victoria y verla como un fracaso.
Tampoco debes temer al fracaso. El temor al fracaso es la anticipación o la visualización de un resultado negativo, de una acción que todavía no ha ocurrido. Este sentimiento de fracaso sale de nuestra mente, no es algo real, porque aún no ha ocurrido nada, solo en te cabeza y te hace sentir paralizado. A veces, por evitar el fracaso, dejamos de actuar. Cuando no actuamos, muchos de nuestros problemas se incrementan, nuestro bienestar disminuye y nuestra vida y nuestras experiencias se ven cada vez más reducidas.
El fracaso no es el fin del mundo, ni tampoco el final de aquello en lo que se ha fracasado, esto hay que tenerlo claro y es el punto de partida de la superación. Un fallo es un contratiempo, puede que hasta grave, pero siempre hay una segunda oportunidad. Hay que analizar el fracaso y descubrir sus porqués. Uno debe conocer sus propios errores, corregir y superar sus fallos y planear nuevas estrategias de comportamiento y actuación.
Es importante realizar nuestros sueños, metas y esperanzas sin ningún pensamiento negativo porque nuestro temor significa un verdadero fracaso. Para el éxito es necesario ser competitivos y positivos para enfrentar los fracasos y emprender cada día con una esperanza nueva llena de fuerza para nuevos intentos en nuestra vida.